"Con los pensamientos todo cuidado es poco, algunos se nos presentan con un aire de inocencia hipócrita y luego, pero ya demasiado tarde, manifiestan lo malvados que son." José Saramago

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jueves, 20 de octubre de 2011

CONSEJOS TARDÍOS Y VANOS Y NO PEDIDOS #4

Ya no te asusta recibir mis cartas, ¿verdad? Otra cosa es que te incomoden o no, que leerlas te sirva de algo o de nada, que creas lo que en ellas te digo o pienses que son todo chifladuras. Me conformo con tu curiosidad innata.

Voy a decirte lo que ya sabes, lo que deberías saber y lo que desconoces. Por orden: vas creciendo y ganando interés por todo, deseas saber, tener datos, aprender idiomas, escudriñar la historia... Pero sin mucho esfuerzo. Eres perezoso como pocos, de modo que irás atesorando conocimientos al ritmo que te marca ese espíritu que a veces llega a avistar la frontera de la indolencia. Pero cambiarás, no te quepa duda. Necesitarás días de cuarenta horas para llevar a cabo todo lo que te propones, para estudiar lo que te gusta de verdad, para dedicar tiempo a tus amigos, para disfrutar de tus hijos, para viajar. Tus ansias de conocimiento se verán en parte recompensadas. Para ser justos, he de apostillar que si no perdieses tanto el tiempo ahora, más adelante evitarías cruzarte con el estrés en cada esquina. ¿Que qué es el estrés? Algo así como estar dentro de una película de Charlot, y no por las risas, sino por las prisas.

Amigo mío, vives en otro mundo. Tu imaginación es inquieta y aventurera, vuela de aquí para allá sin mesura. Creo que estás cumpliendo tus sueños a costa de no vivirlos y, lo peor, de no contribuir con nada comestible para alimentarlos. Puedes pasar horas siendo quien no eres o siendo tú tal y como te gustaría ser. Cometes dos errores, a cual más grave, así que sigue este consejo: MUÉVETE.

Abandona ese letargo físico y mental en el que te has sumido y levanta el culo, enfoca la vista hacia adelante y empieza a creer en ti.

Sí, ya sé, estás pasando una edad compleja, llena de enemigos cuya diversión consiste en darte órdenes y hablarte de responsabilidad, estudios, sacrificio y compromiso. Aluden, día sí, día también, a un futuro que ellos ven acercándose, pero que a ti no te alcanza, siempre está al otro lado de tu horizonte, más allá de la más frágil certeza. Como ejemplo de las diferentes actitudes y sus resultados, comparan al fulanito trabajador con el menganito holgazán, la felicidad del primero en su Olimpo, el lamento del segundo haciendo fila en el purgatorio. O, peor aún, te comparan a ti mismo con otro, puede que tu propio hermano, que representa el papel estelar del fulanito, mientras tú haces del malo, el menganito. Desafortunado reparto el de esta función.

Qué injusto pasarse la vida en el umbral de la puerta, esperando a que suene el timbre y diga “buenas, soy el futuro”. Con lo bien que se está escuchando música, recostado sobre la almohada, con la vista en el gotelé y el alma arrendada a una vida imaginaria.

No, no es el futuro quien viene a casa a comer sin avisar y te pilla con la nevera vacía. Eres tú quien, un día, sin apenas percibirlo, descubres que la desidia no ha detenido el tiempo, que el calendario parece tener prisa por caducar, que mientras dormitabas por la vida, el cabrón del fulanito ha aprendido inglés, tiene novia y se ha licenciado en Historia Antigua. ¡Y tú ni te has enterado!

Si de algo puedo hablarte es, precisamente, del futuro. El mío aún me resulta un misterio, pero el tuyo, ese sí que lo conozco.

Aunque debo morderme la lengua para no desvelarte más de lo que te gustaría saber ni menos de lo que podría serte de utilidad. Ya te he dicho que tendrás hijos, ¿no? Pues como casi todo el mundo, vaya novedad.

Lo que no sabes es que el sentido de culpabilidad anidará en tu interior, tendrá pollitos que picotearán errores y aciertos indiscriminadamente, alimentándose del zumo que desprenden las decisiones al ser adoptadas, aunque lo peor son sus picotazos en seco, los que tocan el hueso de la dejadez, cuando tratan de engullir el recuerdo de la pereza más doliente. Chico, cómo escuecen esos picotazos.

Puede llegar un día en el que veas a tus sueños yacer mortecinos, con el abultado vientre hueco porque los has estado alimentando a base de nada, de aire, de apatía y desencanto. Tal vez ese día tengas la despensa llena de entusiasmo y empeño, y acabes matando a tus sueños de una indigestión, tan malnutridos ellos por años de abulia.

No permitas que esos sueños de hoy fallezcan en tus cuarentones brazos, es una pérdida vital que celebra trescientos sesenta y cinco días de los difuntos cada año. Y uno más, cada cuatro.

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