apenas consciente de que la fortuna
me viste a diario con fresco elixir
de inocencia clara, aroma de cuna.
Aprendo a llorar sombrías amarguras,
sinceras, dolientes, injustas e insanas,
mientras las campanas tocan a cordura
enjugando el llanto de cada mañana.
Practico la suerte de tender la mano
ajeno al destino que rozan mis dedos,
si alcanzan a ver tormentos cercanos,
o si los aferran pesares de acero.
Busco desde el alba amables sonrisas
abiertas y limpias de inquina y temor,
que envuelvan mis taras entre suave brisa,
silenciando quejas bajo su rumor.
Aventuro mi alma en batallas ajenas
con ferviente entrega y sin avaricia,
heredo jugosa porción del problema
oculta en vistoso ramo de caricias.
Yerro con torpeza, sin ningún motivo
y me doy de bruces con la realidad
porque sólo quiero envejecer contigo,
nada me redime más que tu verdad.
Recluye mis penas la luz de tus ojos
enmienda traspiés de falso rencor,
perdona nostalgias, hastío y enojo
promete miradas brillantes de amor.
Sosiega el recelo que oculta mi alma,
de donde se fugó la paz de aquél niño
dejando tristezas que tiñes de calma
con la dulce claridad de tu cariño.
Juan, febrero de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario