"Con los pensamientos todo cuidado es poco, algunos se nos presentan con un aire de inocencia hipócrita y luego, pero ya demasiado tarde, manifiestan lo malvados que son." José Saramago

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sábado, 5 de marzo de 2016

NOVENTA Y SEIS BESOS



Siempre nos parecen muchos desde la grada los noventa y seis besos. Otras veces son cuarenta y ocho apretones de manos. Y algún que otro abrazo, que los hay.

Explico lo de los besos, porque son más. La secuencia es como sigue: se sitúan las terceras clasificadas en el podio; las segundas se acercan y las saludan antes de situarse en su puesto. Ya tenemos treinta y dos besos. Cuatro por cuatro, por dos mejillas. Aquí vienen las campeonas y saludan a sus compañeras de podio. Cuatro que llegan por ocho que había, por dos mejillas, sesenta y cuatro besos. Sumamos todo y salen los noventa y seis.

Es simple aritmética del afecto.

Los apretones de mano funcionan con la misma ley, pero son la mitad, solo cuarenta y ocho. Además, alguien olvidó inventar una palabra corta y suave, como lo es “beso”, para designar al “apretón de manos”, que suena largo y contundente.

Me sirvo de estas cuentas para conmemorar los diez años que mi familia y yo llevamos deambulando por las piscinas y las playas de España, al calor de las gradas y las arenas donde palpita el Salvamento a nivel nacional. Así, con mayúscula, Salvamento.

El mérito de este periplo es de nuestros hijos y sus incomprensibles costumbres, como la de nadar sin verle un final a la piscina ni un límite a sus fuerzas, la de respirar más cloro que oxígeno, la de perderse los cumpleaños de sus mejores amigos, la de estudiar con prisas, la de disolver bañadores, la de cenar un rato antes del desayuno, la de perderse un gran partido de fútbol. Extrañas costumbres para unos críos, cuya máxima es hacerse las mínimas.

Para desgracia de mi libreta de ahorro y alegría de las gasolineras, suelen conseguir su objetivo de participar en los campeonatos y, claro, allá que vamos todos, hasta donde nos lleven, norte o sur, invierno o verano, playa o piscina.

En estos diez años podría decir que he visto de todo, pero esa es una frase muy sobrevalorada. He visto lo que he querido ver, nada más.

Y entre esas cosas, he visto niños pequeños adentrarse en el mar hasta convertirse en irreconocibles puntitos de colores, mientras nos preguntamos dónde queda aquello de “no te metas donde cubre”. He visto nadadores y nadadoras de equipos rivales animarse mutuamente antes del salto, convertirse en lanchas motoras vivientes, y felicitarse en el agua tras la prueba. He visto chicos y chicas tumbados boca abajo sobre arenas incandescentes, levantarse y correr como gamos para lanzarse al suelo en plancha. Les he visto correr, y nadar, y correr más aún, y remar, y bucear, y caer y levantarse para seguir. Y reír y llorar, aunque la risa gana siempre.

He visto padres y madres que hacen malabares con los turnos de trabajo, recorren cientos de kilómetros en coche, ponen las calles de las ciudades cada mañana de competición, se fusionan con el cemento de las gradas, desgañitándose, derritiéndose, dislocándose las muñecas de darle al abanico, y regresar a casa tras conducir los mismos cientos de kilómetros, felices, agotados y con el lunes a la vuelta de la esquina.

He visto a esos padres y madres tejer amistades a fuerza de guardar fila, compartir fotografías, o un café, o un bocadillo, o el coche, o un aplauso.

He visto entrenadores sembrar coraje en sus socorristas, elogiar el esfuerzo, alentar al decepcionado, corregir el desacierto, instruir en los más sanos hábitos de vida, abrir la puerta del éxito con la llave de la humildad.

He visto jueces pendientes de infinitos detalles sobre los que tomar decisiones, esas que a unos sirven de regocijo y a otros de disgusto.

He visto hoteles casi de reojo, sin poder disfrutarlos; he visto ciudades sin tiempo de visitar sus rincones mágicos, ciudades de las que solo he conocido la playa y el supermercado donde comprar agua y comida; he visto restaurantes donde el postre se come de regreso a la grada, porque el tiempo aprieta; he visto nieve en Valladolid, arena gris en Málaga, medusas en Alicante, mareas inquietas en Cantabria, gaviotas glotonas en Coruña, palmeras inalcanzables en Tenerife, flores de invierno en Extremadura.

Eso es una pequeña parte de lo que he visto, lo que recuerdo, lo que me gusta rememorar, o tal vez lo que he querido ver. Cada cual es libre de orientar su mirada hacia donde crea oportuno.

A menudo he vivido los besos y saludos con la alegría de reconocer entre quienes los comparten a chicas y chicos de nuestro equipo, y en algunas ocasiones los he vivido con un pellizco en el corazón, como no puede por menos confesar un padre al ser testigo del éxito de sus hijos.

De todos los besos, apretones de mano, palmadas en la espalda, de todas las muestras de afecto, de ánimo, de apoyo que he visto en los campeonatos, personalmente me quedo con las que no salen en las fotos, me quedo con el abrazo al compañero de relevo a quien se le fue entre los dedos el tubo, con el beso a la compañera de relevo que saltó antes de tiempo, con la piña de relevistas sin podio porque uno de ellos pisó una línea, soltó un testigo o no consiguió su mejor marca.

Una sola de esas muestras de cariño vale por todos los besos del campeonato.

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