"Con los pensamientos todo cuidado es poco, algunos se nos presentan con un aire de inocencia hipócrita y luego, pero ya demasiado tarde, manifiestan lo malvados que son." José Saramago

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martes, 24 de diciembre de 2013

ADIÓS, PROFE, O LA PUNTUALIDAD DE LA JUSTICIA


Don Justo era bisnieto de profesor, hijo de profesor, y profesor. Generaciones de maestros sobre sus hombros que ahí quedan, porque no tiene hijos, ni siquiera está casado, por no tener, ni amigos tiene, es el precio de ser un intratable pedante cuyas relaciones sociales se ciñen a las páginas de su nutrida biblioteca.

Con sangre la letra no siempre entra, bueno, depende, que unos buenos gritos y algún que otro puñetazo en la mesa, o en el encerado, consiguen atraer la atención de toda la clase, y todo el mundo sabe que atención y disciplina son fun-da-men-ta-les en un aula. Lleva Don Justo, ¿cuántos años enseñando lengua y literatura? No lo recuerda, es de letras, no de números, pero muchos, muchísimos.

Y después de toda una vida de entrega a la gramática, a las aulas, sí, es verdad que alguna queja tuvo que escuchar, esta generación está hecha de mantequilla y sus padres son otros blandengues, que si el respeto al menor, que si esto, que si lo otro, después de tanta dedicación, por un grito más alto de lo normal, por una palabra malsonante, que ese niño se la merecía, lo juro, esa y algunas peores, la inspección considera que hubo trato vejatorio hacia un alumno por parte de Don Justo. Le envían a otro centro, esta vez nada de distritos finos, al extrarradio, a una barriada humilde donde impere la ley de la ignorancia.

Bendita ignorancia, esto no es el barrio de Salamanca y Don Justo camina por Vallecas sin mirar al suelo, con el sable que se tragó siendo mozo y que ahí sigue, haciéndole ver el mundo desde las alturas, con la óptica retorcida. Tanto empeño pone en que su mentón apunte al frente que no puede ver, es imposible que lo haga, la alcantarilla abierta que se lo ha tragado, como haría cualquier fiera glotona a la que le cae del cielo un manjar.

Don Justo se estrella contra las aguas fecales y toda la inmundicia que la nutren, por el amor de Dios, qué ha pasado, y entre un pensamiento y otro, a ver si alguien puede ayudar a este hombre o alcanza él solo a sujetarse de cualquier saliente, pero el susto le impide cerrar la boca, socorro, vocales abiertas que dejan pasar lo innombrable, esto es el fin, sin tilde, que es monosílabo, la hipérbole de una caída, el descenso a los infiernos por un descuido de los poceros. El cuerpo de Don Justo, ya vacante de alma, se pierde por los colectores subterráneos, por los inescrutables caminos de la mierda, sin que jamás llegue a ser descubierto por nadie. Adiós, profe.

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Jaime es hijo de albañil pluriempleado y de ama de casa, nieto de pescadero, esposo de cocinera en paro y padre de dos estudiantes. Apasionado de la lectura, la ortografía y el verso libre, pero también de la familia y los amigos, siempre ha querido enseñar y lo pudo hacer durante bastante tiempo, con el reconocimiento y el cariño de alumnos, familias y hasta de sus propios compañeros y equipo directivo. Pero algún insensato decidió que sobraban profesores y a él, precisamente a él, fue a quien acompañaron amablemente hasta la salida. Ya hace tres años de esto, las ayudas se acaban, la cartilla se vacía, las negativas se repiten, las puertas se cierran. Jaime sigue buscando, ¿qué otra cosa puede hacer?

Entra en el colegio por la puerta de atrás. Nadie le detiene porque nadie le ha visto, salvo una niña de pelo rizado y largo, delgada, sonriente, que viene dando saltos por el pasillo, dos pisadas con el pie derecho, dos con el izquierdo, otras dos con el derecho. Desaparece tras la esquina antes de decir adiós, profe, con la despreocupación de sus ocho años que ve a un adulto con maletín frente a la puerta de secretaría. ¿Quién puede ser, sino el nuevo profe?

La secretaria, que casi se da de bruces con la niña tras la esquina y escucha ese adiós profe, se acerca al recién llegado, buenas tardes, encantada, no le esperábamos hasta después de Navidad, hoy damos las notas y andamos de cabeza, ahora mismo aviso al director.

Jaime no abre la boca, sonríe tímidamente. Pensaba decir lo que dice siempre en cada colegio al que acude, por favor, algún alumno renqueante que precise de ayuda personalizada, algún aula de apoyo para lengua, incluso algún taller de escritura, cualquier cosa sería bienvenida. Nada ha dicho de todo eso y ahora estrecha la mano del señor director del colegio, le sigue la corriente, qué bien nos viene, siéntese, por favor, el contrato ya se rellenará en enero, como siempre, todo lo dejamos para enero: estudiar más, hacer deporte, adelgazar, aprender inglés, lijar la cómoda, dejar el tabaco, cualquier mejora en nuestra vida se inicia oficialmente en enero.

Pero Jaime no es así, él prefiere hacer las cosas cuanto antes, de verdad que no me importa, y el alma se le expande por el interior, haciendo que su corazón repiquetee como si fuesen campanas llamando a celebrar algo parecido a un milagro, lo que son las cosas, me ofrecen mucho más de lo que yo venía a pedir antes de haberlo hecho. Ya me decía mi mujer, vas a tener suerte, tú siempre tienes suerte. Ahora, en este preciso instante, nombre y apellidos, DNI, dirección, Jaime solo piensa en que está cumplimentado un contrato con la mismísima diosa fortuna.

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Itziar es hija de enfermera y taxista, nieta de agricultores y esposa de un funcionario. En una ocasión estuvo a punto de compartir la misma ocupación con su pareja, habría sido curioso, juntos en la oficina y en la cama, pero a él le ofrecieron un destino más apetecible y aceptó. Ella se quedó en la Consejería de Educación, departamento de personal docente, encargada de mantener al día los datos de todos los profesores de todos los colegios de todos los pueblos y ciudades de la Comunidad de Madrid.

Al principio y al final de cada curso el trabajo se multiplica hasta lo imposible, pero es mucho más llevadero el resto del año, especialmente ahora, en diciembre. Itziar no se apura, su jornada le da para tener al día la situación laboral del cuerpo de enseñantes.

Precisamente hoy le ha llegado un solo documento, un cambio de centro de un profesor, Justo Malpartida Soriano, ya tiene sus añitos, entra en el programa de registro de docentes, en el expediente personal de este hombre, y llega Tere con dos vasos de plástico, vamos niña, deja eso que no vas a heredar la empresa, a brindar, que es Nochebuena y nos vamos de vacaciones.

Itziar quiso coger el vaso sin levantar la vista de la pantalla, esos malabarismos no suelen salir bien, los dedos necesitan una referencia visual para aferrar con seguridad las cosas que se acercan. Tere que suelta el vaso, Itziar que no lo agarra, y el cava se desparrama sobre la mesa y pone perdidos los papeles, el teclado, la falda y el móvil.

Lo peor es que el ordenador de Itiziar se moja, chisporrotea su disco duro, y de haber sido agua todo queda ahí, pero no, que esto es cava, madre mía, la que hemos liado, y las burbujas tienden a buscar la superficie, no la encuentran entre los cables y se introducen, caprichosas, por la red interna de comunicaciones, hasta salir por el servidor. Lástima que en su camino hayan borrado por completo el registro que Itziar tenía abierto, Justo Malpartida Soriano, ¿de qué colegio venía y a cuál iba?, ya no existe en los ordenadores de la Comunidad de Madrid este docente, y si no existes en los ordenadores, no existes en la vida. Adiós, profe, dice Tere, que ya lleva unos cuantos vasitos de cava.

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Hoy, cuando ya han pasado algunos años, mi hijo mayor llega a casa con las notas de la primera evaluación. Ha suspendido lengua y literatura, dice que ha estudiado, pero se queja, papá, Jaime, el profe de lengua, dice que he trabajado bien, pero que puedo hacerlo mucho mejor, y me ha suspendido, es injusto.

Conocedor de la historia que yo mismo he narrado, les digo a menudo a mis hijos, cuando de injusticias en el colegio se quejan, chicos, qué suerte tenéis de que vuestro profesor no sea Justo.



Juan, diciembre de 2013

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