Mateo cargaba con su vida desde hacía un par
de años. Digo que cargaba porque no la vivía, no la transitaba. Al contrario,
la vida se había posado sobre sus hombros como un águila y le picoteaba con
dureza a cada segundo.
El trabajo corroía la semana, sin tiempo para
respirar, abrazar, saborear. La lucha de Mateo era robarle al reloj unos
instantes, pero ese tiempo sisado tan solo servía para llenarlo con más quehaceres
laborales, con más trabajo. Así, en ese marco agónico, llegó a su vida Nerea.
Su aspecto frágil, su infinito sosiego, sus largos silencios, concedieron a
Mateo el regalo de ese tiempo que tanto necesitaba.
Nerea, con su cabello castaño, tímida y
dotada de una belleza casi medieval, nunca llegó a ser consciente de cuántos
minutos hechos horas otorgó a Mateo, cual hechicera manipulando el paso del
tiempo. Jamás imaginó Nerea que su mera presencia habría de significar un
obsequio tan generoso para quien compartía su vida, e hizo de esa vida un
eterno paseo.
Pero las historias hermosas tienden a ser
efímeras y, un día, inesperado y fatídico, aquel guardia civil detuvo el coche
de Mateo en el arcén.
Adiós, Nerea, tu abnegada compañía me ha
bendecido con un exquisito tiempo, minutos y horas ganadas a la vida circulando
por el carril bus-vao, junto a ti.
Nunca podré olvidarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario