"Con los pensamientos todo cuidado es poco, algunos se nos presentan con un aire de inocencia hipócrita y luego, pero ya demasiado tarde, manifiestan lo malvados que son." José Saramago

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jueves, 27 de septiembre de 2012

VIDA DE JUANITO


Ay, este martillo tiene tomada la medida de mi dedo gordo, las puntas agachan la cabeza y siempre me atizo, pero me callaré, no vaya a ser peor el castigo por gritar, piensa Juanito mientras clava puntas en el patio del colegio, vigilado, rendido al hambre, renegando avemarías. Casi está armado el escenario, clava que te clava, sierra que te sierra, qué calor con este frío, el serrucho se atasca en los nudos de la madera, y otro montón de serrín en el suelo, Juanito, que tu hijo se está poniendo pe-pe-perdido, y él, déjale, el olor a madera le perseguirá toda la vida. Padre e hijo salen de la mano y se marchan caminando y, ya en casa, se ducha, come algo rápido y, de nuevo hacia el hospital, rogando por lo bajito que sigan en la cabina las quinientas pesetas que se dejó al llamar a la familia con la buena nueva, sí, un niño con mucho pelo, y con suerte de por vida, que ha nacido de pie. Lo toma en brazos emocionado y ya suben los escalones hacia donde se abre la boca del oscuro pasillo, allí está, grandiosamente iluminado el estadio, el terreno de juego de un verde celestial, con los jugadores correteando, los aficionados enardecidos y Juanito percibe el temblor de la manita de su hijo ante la fascinación del primer partido de fútbol de su memoria, mientras observa el balón de un lado a otro y a sus hijos jugando a la pelota. Les silva desde la ventana para que suban a cenar, que ya es hora y su madre tiene hoy turno de noche en el hospital, es el único modo de que Juanito abandone esa condición de pluriempleado y el corazón se le aligere de cargas. No es tan fácil, media vida con dos empleos y ahora, míralo, fregando platos y calentando la cena de los niños, que ya suben corriendo al tercero, puerta izquierda, entran corriendo, qué grande es el piso, todavía con las ventanas marcadas con esa inútil equis blanca, qué luminoso, cuántos muebles habrá que comprar para llenar esto, dice Juanito a su esposa. Hay eco en el salón y en los dormitorios, la pila de la cocina es de piedra, miran y remiran, y ahora quién llama al timbre, es el vecino, vuestro padre quiere veros, y los hijos de Juanito se calzan, cierran la puerta, dejan la cena a medio empezar sobre la mesa y la película del oeste a medio terminar, o viceversa. El vecino no habla durante el trayecto hasta el hospital, solo conduce y les deja en el pasillo de urgencias, a la luz de los fluorescentes, donde su madre les entrega el reloj de Juanito, así, sin más, mientras un vecino le dice a otro que por dónde se va al tanatorio, y las conversaciones se nublan, las voces se emborronan y solo se escucha  la nada. El médico dice que nada de alcohol, nada de tabaco y ejercicio físico moderado, que este adolescente ya tiene algunas arterias encogidas y válvulas caprichosas. Juanito sale de la consulta con el maldito informe lejos de su vista, tan asustado como sereno, y llega a casa, gira la llave en la cerradura, se abre la puerta, las suelas rascan el felpudo, cuelga la gabardina, hola papá, hola hijos, a comer que las patatas se enfrían y papá se tiene que marchar otra vez al trabajo, el huevo frito no tiene sal, ni gota, nada de sal, y el salero acaba estampado contra la pared empujado por la frustración de Juanito, que se escabulle para no ser visto por dios, se aleja de los misales, da la espalda al altar y se queda en la calle, supurando rencores, mientras su hijo toma la primera comunión sin fotos que lo demuestren, ya irá después al restaurante cerca de Atocha a comer, saldrá barato, apenas llegamos a la docena, o trece, han sido trece, una de trece, ochenta mil pesetas para cada uno de la peña, hacía bien Juanito en mandar a su hijo a echar la quiniela cada viernes, que para eso nació de pie. El lunes entra en el taller con el resguardo en el bolsillo, entre sonrisas, entre aplausos a quienes hacen su papel sobre el escenario que claveteó Juanito, con ángeles, vírgenes, mesías y monarcas del lejano oriente bajo la quietud de una única estrella plateada y decenas de sotanas y hábitos mal encarados que amenazan al perezoso en aplaudir, pero Juanito no aplaude, está de mal humor y lanza al césped la almohadilla y detrás va su carné del Atleti que un señor de gorra recogerá y, como sucede a menudo, dará de baja al titular junto a los otros titulares que también lo han tirado y, como sucede igual de a menudo, Juanito irá unos días después a hacerse socio de nuevo.

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