"Con los pensamientos todo cuidado es poco, algunos se nos presentan con un aire de inocencia hipócrita y luego, pero ya demasiado tarde, manifiestan lo malvados que son." José Saramago

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miércoles, 14 de marzo de 2012

OCHO AÑOS Y UN DÍA


Ocho años y un día son una condena.

Suman miles de días, no sé cuántos, no quiero contarlos. Ocho años, quince años, treinta y tres años, ¿verdad, papá? Se obvian los meses, aunque sean once, las semanas, y los días cuando son más de uno.

Ocho años y un día. ¿Por qué ese “y un día” oscurece la cuenta? ¿Por qué la tiñe de castigo?

Seguro que, judicialmente hablando, un día más tiene algún sentido que siempre se me escapó y que, de niño, bendita inocencia, me hacía creer en un tiempo concedido al reo para recoger sus cosas de la celda y despedirse de sus compañeros de prisión.

Pero yo hablo de otros barrotes, los de la ausencia, y cuando de ausencia se trata, ese día de más no es el final de la condena, sino el comienzo de una nueva, o más bien la prolongación de la misma, el recordatorio de que la vida no se ha detenido a ofrecernos un pañuelo, que nos atropellan los años, uno tras otro.

Este día sin fecha es el primero del empedrado camino de la pérdida, ya con la solidaridad de vuelta hacia el olvido, esquina indiferencia. Empiezan a ser los días otra vez iguales, o un solo y desmedido día. No quiero ni mentar las noches, eternas, despiadadas.

Da igual que sean ocho, quince o treinta y tres, ¿verdad, papá? Ese día se alarga en busca del siguiente aniversario, ese “y un día” vuelven las exigencias, los problemas, las dudas y la desmemoria de quienes ayer guardaban fila para ofrecernos consuelo.

Y si la solidaridad sale despavorida, será que no es verdadera.

Y si al mirar de reojo vemos a alguien acompañando nuestros pasos, o sentimos una mano sobre los hombros, para qué necesitamos la solidaridad si nos arropa el cariño, siempre más amable y sólido.

Y si yo no estoy ahí, a vuestro lado, más me vale tener una buena excusa o soy capaz de dejar de hablarme por insensible, por no agradecer vuestra ternura, vuestro ejemplo de dignidad en cada aniversario y, sobre todo, en cada tan largo “y un día”.

Ocho años y un día. Me acerco a nuestro monumento, siguen erguidas las flores y palpitan las velas. Algunas las apagó el viento, olvidadizo, tal vez al darse media vuelta las promesas que no se cumplirán. Otras permanecen encendidas, ofreciendo una luz que quizá no sirva para orientar como lo hacen las estrellas, ¿verdad, papá?, pero la tenue llama ha alcanzado el día siguiente, ese “y un día”, y centellean como diciendo “no os dejaré a oscuras”


1 comentario:

  1. Los que os arropamos y tratamos de daros cariño, somos los únicos que debemos de encontrar ese jarabe, esa tirita, esa pastilla, esa medicina que solo pueda curaros todos los males de tantas HERIDAS.
    Un fuerte Abrazo.

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