Pasé buena parte de mi vida sin verte tan de cerca, pero durante estos últimos años, nada más que el sueño nos mantiene separados, tan solo el agua me hace desprenderme de ti, de tu abrazo firme y cercano.
Desde que nos conocemos tan íntimamente he aprendido a vivir cada experiencia a través de ti, cultivo mi mente influenciado por tu óptica y he dejado esa visión anubarrada del mundo para otros cuya coquetería no te conciben junto a ellos.
Eres simple y compleja a la vez. Nunca he sabido si nombrarte en singular o en plural, porque eres una y dos al mismo tiempo, simétrico destello de nitidez que te cruzas de brazos cuando nos separamos. El tiempo acaba por hacernos incompatibles, no por culpa tuya, sino porque la edad me deteriora a mí con más rapidez y debo echarte de mi vida al cabo de algunos años para acoger a otra, o a otras.
Supongo que no tendrás queja de mí, pues siempre fui exquisito en el trato, jamás has recibido un solo golpe y te lavo y te seco, acariciando tu cuerpo con delicados tejidos para que luzcas inmaculada, transparente, y me permitas ver mejor la vida, aunque ni siquiera así logres que vea un mundo mejor.
Te necesito ahora más que nunca, mucho más que aquel día en el que mi autobús pasó de largo porque no pude ver su número. Nuestro idilio se fraguó en la madurez y eso nos ha librado de sufrir las burlas infantiles. Pobres, no saben esos maldicientes que te hacen el mayor de los regalos cuando llaman “cuatro ojos” a la criatura con quien compartes juegos y escuela.
Juan, noviembre de 2012
Taller de escritura.
Hay esas gafas, cuánto merecen ser alabadas!!
ResponderEliminar