Querido chaval:
Otra vez yo, lo siento. ¿Sigues sin creerme? Es un mal común en este mundo, una verdadera pandemia de confianza en los demás.
¿La culpa? Da igual, a veces no hay necesidad de remover el pasado, sólo sirve para difuminar el presente y apestar el futuro. Lo mejor es que aceptes un nuevo consejo. Sí, otro, ¿qué pasa? Ya sé que no me lo has pedido, pero, créeme, tengo conocimientos que te harían caer de culo con sólo imaginarlos. Bien, aquí está: NO MIENTAS
Cierra la boca y no pongas esa cara de bobalicón. Me hago cargo de que ya lo habrás escuchado en todas sus variantes: en forma de lección, de consejo, de amenaza, de queja, de arrepentimiento; a gritos, en susurros, entre dientes, a guantazos, en sermones; en casa, en el cole, en la calle, en la catequesis. Pero nunca te lo habían dicho por carta.
Podría decirse que la mentira es un tierno pajarillo que, de ser alimentado en exceso e indiscriminadamente, acaba por convertirse en un asqueroso pajarraco que, en ocasiones, llega a suplantar tu personalidad sin que puedas evitarlo. Se hace con el mando de tu voz de forma automática, sin que logres hacerla entrar en razón. Será porque no la tiene.
Habrás oído las bondades de las mentiras piadosas. Esas las mentiras colibrí, con su lado bueno y su lado malo: pequeñas, rápidas, volubles y más difíciles de atrapar; pero también molestas, recurrentes y propensas a anidar y a multiplicarse en cuanto tienen ocasión.
Hasta alcanzar el otro extremo de la “cadena embustera” encontramos una variedad tan amplia como no llegas a imaginar. Se pueden distinguir las de tipo pavo real, que se engalanan artificiosamente para atraer la atención de los demás, buscando hacerles caer en sentimientos como el respeto, la envidia, la admiración, el cariño, o todos ellos a la vez. Son un puro grito de egoísmo o de soledad.
Tú ya has padecido y seguirás siendo víctima de las mentiras pollito, las que se os dicen a los niños con el loable fin de que no alcancéis demasiado pronto conocimientos para los que aún no estáis preparados. Estas mentiras son muy delicadas y hay que saber manejarlas con cuidado para evitar pisar al pollito, pues la curiosidad infantil se mueve más deprisa que la rigidez adulta. Muchas más veces de lo que nos gustaría reconocer, somos los padres quienes no estamos preparados para facilitaros esa verdad que nos reclamáis. En estos casos, nos servimos de la ascendencia, la obediencia y la educación según la cual los niños no se meten en conversaciones ni en asuntos de mayores.
Las de la variedad canario son cantarinas, alegres y fraudulentos trinos de quienes no se cansan —de hecho, disfrutan— aireando mezquindades inventadas, muchas veces por el simple placer de ser escuchados y no tener otro modo de ganar auditorio.
Las mentiras loro son aquellas que se repiten por inercia o por una cuestión genética o evolutiva, sin entender el significado de lo que se dice ni el peligro que acarrea para el señalado con el dedo.
Intensamente dañinas son las mentiras paloma, cuya única misión es dejar caer mierda encima de los demás, víctimas que lucen una desagradable caca que no siempre es posible limpiar del todo, por muy falsa que sea, obligando al perjudicado a exhibirla de por vida. Muchas veces, las “palomas” utilizan a los “loros” como esparcidores de boñigas.
Las hay avestruz, cuya razón de ser es el miedo a las consecuencias de la verdad en un momento puntual o ante una situación de peligro, y las gallina, propiciadas por temores de larga duración o congénitos.
Las de tipo pato son aquellas que se descubren al instante, por evidentes y ruidosas, a las que inmediatamente siguen otras, ya más pequeñas por la pura vergüenza de haber sido descubierta la primera. La variedad pelícano es la que ejercen quienes guardan la verdad en el pico, pero son incapaces de abrirlo para mostrarla y desmontar una falacia.
Las mentiras de los tortolitos, o tipo tórtola, toman vida cuando un miembro de la pareja se deja llevar por sus instintos más desbocados. Algunas veces pretende ocultar una debilidad, pero otras son la falsa máscara del canalla. Se llegan a dar casos de mentiras reversibles que, por un lado ocultan el adulterio, y por otro prometen a la tercera persona en discordia amor eterno y en exclusiva.
Subiendo de nivel, las de tipo águila imperial son majestuosas mentiras que gobernantes y poderosos en cualquier ámbito utilizan para engatusar a su electorado, seguidores, empleados, y que, como vienen impresas en grandes letras o se repiten en las cadenas de televisión (demasiadas, aunque a ti te extrañe), dan la sensación de que son verdades como puños.
Las de la variedad cuervo son crueles porque quienes las fomentan tienen en sus manos el futuro de las personas, a veces hasta su vida. Estas mentiras se crían en salas públicas diseñadas para albergar a la verdad, salas que se transforman en gigantescas incubadoras de falsedades, donde una de las dos partes miente bajo juramento. A veces, por suerte las menos, las verdades oficiales nacidas aquí y llamadas sentencias tienen hermanas bastardas que han sido ungidas con el óleo de la prevaricación.
Pero hay unas que son especialmente repulsivas. Las mentiras buitre se nutren del dolor, de la ausencia de quienes ya no pueden defenderse, de la muerte. Son aireadas al viento sin escrúpulos y siempre, sin excepción, buscan un interés infame, son traicioneras, inestables porque se reinventan a sí mismas cuando es preciso y, llegado el caso, reniegan de su tramposa esencia en nombre de la verdad.
De haber sido experto en ornitología, quizá te hubiera obsequiado con una variedad mucho más amplia y exótica de mentiras, pero habrás advertido mis límites sobre el conocimiento de aves. Casi sé lo mismo de la vida y, aún así, me permito darte consejos.
Llegado a este punto no sé si debería finalizar con una buena moraleja, pero lamento decepcionarte, sólo se me ocurre esto: “la mentira empieza picando migajas y acaba por devorar al propio remitente”.
Se me olvidaba: es tan perversa la mentira como darle a la verdad el mismo uso que a una bayoneta, haciendo gala de una sinceridad desmedida que no es preciso encalar con embustes. Basta con guardar silencio.
Volveré a escribirte.
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