
Desgarran la mañana calma
sirenas aullando junto al tren,
como golpes resuenan en mi sien
ulular que atormenta mi alma.
Te anuncian, pero tú no estás aquí,
la prudencia hizo encaminar
los pasos hacia el que era mi lugar
y me dejas dos minutos tras de ti.
Todos bañan mi culpa con la suerte
nadie sabe cuál es la realidad,
agria pena que inunda la ciudad,
no sé si seré capaz de verte.
El llanto que derrama la inocencia
fustiga nuestro miedo a lo peor,
amarga es la premura ante el temor
de alcanzar el lamento de tu ausencia.
Los lobos acechan ya en tu puerta
sus dientes afilados como sables
esperan impacientes a que hables
y sólo al escucharte dan la vuelta
Guardián ferviente de tu cordura,
despojo de alma en pos de fe,
ignoro la verdad de lo que sé
custodio la prisión de mi tortura
En ser losa fría de mi castigo
insiste el frágil llanto de tu voz,
aún más huérfano en el viaje más atroz
de tu perdón siempre seré mendigo.
marzo de 2004
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